domingo, 19 de agosto de 2012

Sobredosis universitaria

Una de las alertas más constantes y poco atendibles en el país es la limitada  correspondencia entre lo que demanda el mercado laboral y lo que estudian miles de jóvenes. Recientemente, la Sociedad Nacional de Industria  dio cuenta de que más del 50% de la empresas grandes  no consiguen  incorporar  técnicos.
Hace poco los directivos del Senati han expresado que  el  45% de los egresados universitarios no están trabajando en lo que han estudiado, reiterando que faltan técnicos en el mercado laboral peruano.
Una encuesta desarrollada por Ipsos Apoyo nos da datos interesantes sobre las opciones de estudio de jóvenes de 15 a 18 años. El 65% aspira a ingresar al sistema universitario compuesto por  35 universidades públicas y  65 privadas. El crecimiento de universidades privadas ha sido exponencial, pues en el año 2000 los matriculados en universidades públicas eran 254 mil estudiantes y en las privadas sumaban 127 mil. En el año 2010 ya se había invertido la figura: 309 mil en públicas y 475 mil en privadas. Hay 18 universidades privadas creadas desde el 2005 que recién han iniciado sus clases en el 2010 y se han creado 15 universidades públicas desde el 2007 al 2011 (aún sin alumnos la mayoría).

La opción post secundaria tiene un elemento social diferencial. El 74,5% y  75% de los jóvenes de 15 a 18 años  de los sectores A y B quiere estudiar en una universidad, mientras que el 19% y 16 %, respectivamente, optaría por estudiar en una institución de educación técnica. Mientras que  el 56% de jóvenes del sector C aspira a estudiar en una universidad y el 34% en un instituto técnico. El mito universitario se ha posicionado en los mismos padres de familia,  en los círculos sociales juveniles y en los colegios públicos y particulares, a través de una propaganda que posiciona a la universidad como una vía segura de acenso y progreso. En el propio joven se viene acentuando la idea de que lo técnico es para un desarrollo limitado.
Se ha perdido valoración hacia lo técnico e incluso es rechazado por jóvenes que consideran que son carreras inmediatistas, de fácil acceso  y medianas de calidad; estos jóvenes consideran que la universidad es una vía tangible hacia el futuro. La expansión de este mito universitario se retroalimenta con la explosión indetenible de universidades y filiales en tantas provincias, de diversa calidad, que ofertan carreras poco competitivas y que refuerzan la idea que  la universidad es el medio para vivir mejor. En los sectores emergentes y con mayores niveles de prosperidad, los padres de familia prefieren  gastar mensualmente el doble  en la educación de su hijo en una universidad de escasa competitividad, que costear el estudio en una institución técnica de evidente prestigio y con mayor posibilidad de inserción laboral. En otros casos, sobre todo en provincias, la oferta universitaria privada de muy mediana calidad, se coloca con un costo atractivo y menor que el que se coloca  institutos con perfiles más acabados, técnicos y con mayor conexión con el mercado laboral. Ello debería llevar a calcular la transferencia de recursos crecientes de sectores populares y nuevas clases medias en una educación universitaria con muy escasas posibilidades de inserción o de retorno de lo invertido.
¿Cómo lidiar para orientar adecuadamente a tanta juventud que con la más sincera y legítima aspiración invierte esfuerzo propio y familiar hacia carreras de escasa empleabilidad? Esa es una tarea urgente del Estado, los especialistas y de los propios empresarios, que tienen la gran responsabilidad de comunicar al mundo juvenil lo que el mercado demanda. El trabajo de comunicación y orientación en colegios y en los propios padres de familia es urgente. Pero también es clave alinear a las entidades de formación técnica hacia estándares de superior calidad y redoblar las exigencias técnicas para el funcionamiento de las universidades desde una autoridad que lidere la competitividad, la meritocracia y una real inclusión de  nuestra educación superior.

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