Por Juan Carlos Soto
Ceferino Choque sumerge la mano en una solución de agua con mercurio almacenada en la base del quimbalete. Del fondo, coge una porción de barro y lo palpa con las yemas de los dedos. Metros más allá, Miguel junta con una pala el relave retirado de otro quimbalete, aquellos molinos de piedra que tallaron las culturas preíncas para extraer el oro y fabricar objetos ceremoniales. Este hombre de 41 años, grueso en contextura física, calza unas viejas sandalias de plástico y short; tiene piernas y manos encostradas por el lodazal contaminado. Ambos no saben de guantes, mamelucos, botas o máscaras para prevenir una intoxicación con mercurio (Hg) comúnmente llamado azogue. Con este elemento químico se procesa el metal precioso en forma artesanal en la mayoría de minas informales del país. El azogue atrapa las codiciadas pepitas brillantes liberándolas de la roca estéril. Sin embargo, resulta tóxico para el medio ambiente y la salud humana, sobre todo cuando se trabaja sin protección, como ocurre con Ceferino y Miguel.
Esta mañana soleada en Mollehuaca, anexo del distrito de Huanuhuanu en la provincia arequipeña de Caravelí, trabajan cientos moliendo mineral. Hombres, mujeres y menores de edad encaramados en los morteros de piedra que mueven con los pies usando el peso del cuerpo. Los llaman quimbaleteros, el último peldaño en la pirámide organizacional de la minería clandestina. Ganan S/. 50 diarios trabajando más de ocho horas. En el siguiente escalón figuran los lateros (los llaman así porque reciben su pago con latas llenas de mineral bruto). Socio de labor y socio de campaña son las posiciones más importantes; los primeros tienen el mérito de ubicar la veta y hacen sociedad con los segundos para explotarla. La extracción no se limita a cuatro o cinco entusiastas de combo y cincel. También a empresas constituidas en Registros Públicos que trabajan sin permisos. Tienen la concesión cedida por Energía y Minas, pero operan sin estudios o declaraciones de impacto ambiental que expide la autoridad regional. Hoy los cerros de Caravelí parecen apolillados por huecos abiertos para la explotación.
Una muerte de a pocos
“Es nuestro trabajo y hace mucho calor para ponernos tanta cosa”, responde un quimbaletero desprovisto de uniforme cuando se le enumera los peligros de contaminación. Los moledores son los más vulnerables, aunque también los lateros, socios de campaña y de labor se internan en socavones mal apuntalados y respiran polvo durante las operaciones. Estadísticas de accidentes de trabajo o muertes de aquí no se conocen.
“El Hg mata de a pocos, sus efectos se manifiestan probablemente 15 o 20 años después, por eso ahora nadie se preocupa”, explica el subgerente de la Autoridad Regional Ambiental de Arequipal (ARMA), Dante Pinto Otazú. El metal pesado altera el sistema nervioso; sus víctimas pierden la memoria, padecen dolores de cabeza y terminan como los enfermos de Parkinson sufriendo temblores en el cuerpo. Al final destruye el hígado, el páncreas y el estómago. Mineros intoxicados probablemente procrearán hijos con problemas congénitos, precisa Federico Gamarra, director ejecutivo de la ONG Red Social.
Gamarra da cuenta de muestras tomadas a 39 mineros en Cháparra, otro de los distritos de Caravelí invadidos por la extracción ilegal. Los resultados del estudio resultan alarmantes. Todos sufren de intoxicación. Los análisis de orina están muy por encima de 10 ug Hg/g (microgramos de mercurio), la cantidad tolerable en el cuerpo humano según el Ministerio de Salud. Seis casos tienen concentraciones que superan los 100 ug Hg/g y un paciente de 46 años reportó 454.87, una cifra propia de récord Guinness. En la inspección del ARMA al pueblo minero Estrella en Cháparra las imágenes explican de sobra esos resultados. Hombres y mujeres chapoleando en los pozos de mercurio sin zapatos, con los pantalones remangados y embarrados hasta las orejas. Terminada la jornada se bañan en el río Cháparra, cuyas aguas irrigan cultivos de aceituna, parrales de uvas y frutas del valle de Achanizo. La fiscalía de Caravelí investiga dos denuncias por la contaminación de la cuenca. La extracción y el beneficio son para la empresa Cháparra, que opera sin permisos. En la inspección no pudo acreditar estudio ambiental.
Agua como el oro
En Mollehuaca, los quimbaletes funcionan en el corazón urbano del poblado. Dante Pinto insiste ante el alcalde de Huanuhuanu, Francisco Gonzales. Pide que reubiquen a los mineros informales en una zona eriaza lejos de la población, tal como lo dispone una ordenanza dictada por el Gobierno Regional de Arequipa. La autoridad asiente, sin embargo, cuestiona el lugar propuesto. Hay peligro de intoxicación masiva, incluso para quienes no hacen estas tareas. El alcalde revela que cientos de morteros de piedra también ocupan las riberas del río junto con una invasión de casitas de esteras.
Antes del boom minero, Mollehuaca era un pueblo fantasma, sus habitantes se contaban con las palmas de la mano. Ahora bordean casi los dos mil y se asentaron en zonas de peligro. La mayoría son migrantes que provienen de las otras provincias de Arequipa y departamentos vecinos. Por ejemplo, hay un grupo de ayacuchanos que huyó de la violencia terrorista para sobrevivir abriendo hoyuelos en estas cumbres.
Moler en los ríos significa expandir la polución a lugares descontaminados. En temporada de lluvias el agua trasladará los relaves a los sembríos y pozas, algunas de las cuales están destinadas al consumo humano. De ello se quejan los agricultores de Tocota. En este valle está la capital distrital. No es ni la sombra de Mollehuaca. En Tocota los campos fueron calcinados por una sequía perpetua. Un informe de la Agencia Agraria de Caravelí señala que antes la extensión agrícola era 132 hectáreas; ahora se cultivan en 21. Las reservas hídricas además de escasas comenzaron a revertir a la minería informal. Han proliferado los pozos a lo largo de la cuenca; sus operadores ilegales venden el metro cúbico en 35 soles, una tarifa estandarizada en todos los campamentos informales de la zona. Casi cuesta como el oro.
En Condesuyos y Camaná, otras dos provincias arequipeñas también convertidas en centros de la minería informal, se desataron los conflictos entre mineros informales y agricultores. Según la ley, la prioridad la tiene el consumo humano, luego el agro y al final otras actividades, sin embargo, aquí los roles se invirtieron. Sin ley que se respete, se impone la voluntad de la mayoría, es decir, la voz del minero informal.
En los dos campamentos mineros funcionan hornos en los que se ejecuta el refogueo, el último procedimiento de la producción aurífera. A altas temperaturas se consigue liberar al mercurio del oro; el azogue se volatiliza pero cae en un compartimiento seguro para reusarse. No todos apelan a este procedimiento. La amalgama se recalienta en una sartén y el mercurio se volatiliza en el ambiente; las partículas son respirables y contaminan los alimentos. Esta imagen nos deja una convicción: el debate sobre la lucha contra la minería informal debe ampliarse. No dejemos que un puñado de peruanos se mate de a pocos. Falta hacerles comprender que la vida es más preciosa que el oro.
El cianuro también mata
Algunos informales tienen plantas de cianuración, que rescatan la otra mitad del mineral brillante que no puede hacer el mercurio en el quimbalete. Los relaves se venden a plantas ubicadas en Chala, centro de acopio de la producción aurífera de Caravelí. Algunos informales de Huanuhuanu y Cháparra han comenzado a cianurar. El ARMA en su inspección encontró pozas artesanales con relaves cubiertos con geomembranas. El cianuro es un gas que mata en 24 horas si consigue liberarse en plena operación por una deficiente manipulación. Cualquiera no puede cianurar, solo ocurre en Huanuhuanu y Cháparra.
El cianuro también mata
Algunos informales tienen plantas de cianuración, que rescatan la otra mitad del mineral brillante que no puede hacer el mercurio en el quimbalete. Los relaves se venden a plantas ubicadas en Chala, centro de acopio de la producción aurífera de Caravelí. Algunos informales de Huanuhuanu y Cháparra han comenzado a cianurar. El ARMA en su inspección encontró pozas artesanales con relaves cubiertos con geomembranas. El cianuro es un gas que mata en 24 horas si consigue liberarse en plena operación por una deficiente manipulación. Cualquiera no puede cianurar, solo ocurre en Huanuhuanu y Cháparra.
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