En 2009, un equipo de colegas (José de Echave, Alejandro Diez, 
Ludwig Huber, Bruno Revesz, Xavier Ricardo y yo) publicamos un libro, 
Minería y conflicto social (Lima, Instituto de Estudios Peruanos). Allí 
estudiamos el caso Tintaya, y concluíamos diciendo que “se trata de la 
experiencia más ‘exitosa’ de todas las estudiadas, en tanto se basa en 
la constitución de espacios de concertación entre empresa, Estado, 
comunidades y representantes de la sociedad civil. Sin embargo, dada la 
debilidad institucional del Estado, y dada la fragmentación y 
multiplicidad de intereses sociales que se perciben afectados por la 
actividad minera (o que pretenden ser parte de sus beneficiarios), la 
amenaza de estallidos de protesta está siempre latente. En otras 
palabras, si bien la conflictividad estructural persiste, los espacios 
de concertación permiten que ella se canalice, por el momento, por 
medios institucionalizados y pacíficos” (p. 385).
 Si estudiamos el caso es porque en torno a esa explotación minera se
 habían registrado conflictos en 1990, 2001, 2003 y 2005, que alcanzaron
 altos niveles de violencia, y porque ellos dieron lugar a soluciones 
negociadas, en las que destaca la constitución de un fondo en el cual  
Tintaya aporta el 3% de sus utilidades, aparte de cumplir con sus 
obligaciones tributarias regulares, intentando de esta manera hacer a 
las comunidades “socias” de la empresa. Estas prácticas han hecho que 
Tintaya sea visto internacionalmente como un ejemplo en cuanto a 
prácticas de responsabilidad social corporativa.
 Creo que los sucesos recientes deberían analizarse considerando que 
prácticas de responsabilidad social como las descritas son una excelente
 iniciativa, pero que,  considerando la precariedad y falta de 
legitimidad de las instituciones del Estado, son apenas una pieza de un 
rompecabezas muy complejo. Segundo, existe en Espinar un problema de 
contaminación de las aguas que, como es obvio, preocupa mucho a una 
población que depende de ella para sus actividades agrícolas. Resulta 
fácil, aunque apresurado, atribuir a la minería la responsabilidad de 
ello, y es lo que han hecho algunos dirigentes; algunos como parte de 
una estrategia que busca renegociar desde mejores posiciones un nuevo 
convenio con la empresa, pero otros como parte de una estrategia que 
busca hacer política levantando un modelo de desarrollo no minero, que 
son los que impulsan las jornadas de protesta actuales en Cajamarca y 
otras regiones. El problema con esto es que, pasado cierto punto, la 
dinámica de la protesta se vuelve incontrolable, y la terminan 
encabezando los sectores más confrontacionales e intransigentes.
 El camino de salida en Espinar está trazado: retomar el diálogo, 
renegociar el convenio con la empresa minera, investigar las razones de 
la contaminación de las aguas y solucionar el problema. Donde las cosas 
se ven más complicadas es en Cajamarca: allí estamos en un momento de 
pura confrontación y de demostraciones de fuerza, y todavía no hay 
condiciones para una negociación.
 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario